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martes, 16 de junio de 2015

En planta baja

Especial para "La Tecl@ Eñe"
                                                                                      A Marita Perceval, su generosa amistad



Que sólo me guste una de sus novelas; que nunca le haya creído su impostura de existencialista escéptico; que le noté siempre esa envidia larvada por la calidad literaria y el humor paradójico de Borges; que sostuve y sostengo que fue sobrevaluado, como escritor y figura pública. Todo eso es problema mío. Y me hago cargo.
A raíz de esa maravillosa demostración de coraje cívico que fueron las concentraciones multitudinarias contra los femicidios y toda forma de violencia de género en nuestro país, Chile y Uruguay bajo la consigna "Ni una menos", actitud masiva que demostró, una vez más, que la conciencia colectiva ha dado un salto de calidad inobjetable desde 2003 a la fecha, se desarchivó un archivo que lo muestra a él, a Ernesto Sábato, ante el conductor televisivo Nicolás Repetto. El autor de "El túnel" (esa es la novela a la que hago mención al comienzo de este textículo) dice: "¿Quién a veces no ha querido tirar a su mujer por la ventana?". De inmediato, y ante la sonrisa entre incrédula y perdonavidas del entrevistador, Sábato confirma: "No, lo digo en serio. Por eso yo vivo en planta baja". Supongo que la escena es contemporánea de aquel asesinato perpetrado por el boxeador Carlos Monzón quien, efectivamente, estranguló y arrojó a su pareja de entonces, Alicia Muñiz, por el balcón de la casa que habitaban, en febrero de 1988. Eso que los periodistas llaman apasionadamente "crimen pasional".
Ese exabrupto discriminador disfrazado de presunto humor corrosivo; el elogio al genocida Jorge Rafael Videla a la salida de aquella reunión junto a Jorge Luis Borges, el sacerdote Leonardo Castellani (el único que en la ocasión pidió por la vida de Haroldo Conti) y Horacio Ratti ("El general Videla me dio una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente", dijo don Ernesto sin ponerse colorado); su aval a la perversa "teoría de los dos demonios", plasmado en el primer prólogo al libro "Nunca más", salido de su pluma como titular de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). Eso, todo eso y más, ya no es problema sólo mío. Es un reflejo, una cabal demostración de la debilidad moral de ciertos referentes de un sector importante de la clase media nacional, esa clase que necesita tener en quien proyectarse, un ídolo, un espejo en el cual poder mirarse al anochecer de cada día, cuando la jornada apaga las luces y se encienden los televisores en cada hogar. En síntesis, lo que don Arturo Jauretche llamó, con su lucidez habitual, el mediopelo. A nivel global puede ser la monja albanesa, una princesa licenciada en caridad y beneficiencia que, además, tiene la virtud de morir trágicamente, o un santón hindú, pero en nuestras pampas ubérrimas y nuestros barrios privados el tótem suele ser un intelectual apadrinado por Mariano Grondona o un chupacirios similar.
Durante muchos años eso fue Sábato para buena parte  de la burguesía argentina, sostenido por sus años mozos, primero como líder juvenil comunista, luego como surrealista a la francesa y, sobre todo, bajo la marquesina de los premios Cervantes y Príncipe de Asturias. El espaldarazo político se lo dio Raúl Alfonsín al ponerlo a la cabeza de aquella comisión que recibió los testimonios de las víctimas del terrorismo de Estado.
El deterioro moral en el que ha caído el mediopelo actual tiene nombre y apellido. Hoy ese rol, el de su referente, se llama Jorge Lanata. Dos ejemplos tal vez alcancen para ilustrar lo que sostengo.
Para el mascarón de proa mediático del Grupo mafioso las mujeres consiguen lo que quieren abriéndose de gambas (son sus palabras, no las mías). Huelgan los comentarios porque los que se me ocurren tienen sabor amargo. Y no quiero manchar este día de otoño y sus amarillos cantarines.
En su reciente visita a Mendoza Cristina hizo mención a Acequia TV, el canal estatal provincial surgido bajo la luz de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Al día siguiente, en su programa en Radio Mitre, el mercenario militante experiodista se burló (él y sus secuaces) del nombre del medio mendocino. Demostró, una vez más, una sólida ignorancia, un soberbio desprecio por la identidad de las culturas regionales y un centralismo ya crónico de quien es un cabal heredero ideológico de los Rivadavia, los Mitre y los Roca que supimos conseguir.
Brevemente les refresco la memoria, las acequias son las venas líquidas, los cauces de regadío de un desierto que distribuye el agua, ese elixir vital y ancestral, originado en la cultura civilizatoria del pueblo huarpe que, aún hoy, nos define ante el mundo. Pero él cree que esta tierra produce sólo vino tinto , o totín como dijo en la ocasión.
Que la señora de los ruleros que mira en estado de éxtasis los almuerzos bobos, el lector de Paulo Coelho, el votante de un radicalismo en alquiler, el tipo que desprecia al otro por portación de cara, ese minúsculo ser atrapado en las mentiras nuestras de cada día, que haya pasado su idolatría de Sábato a Lanata sin estaciones intermedias es como descender de planta baja al segundo subsuelo en el edificio en construcción de la conciencia ciudadana.
Al menos el escritor de Santos Lugares cargaba en su mochila vital un bagaje cultural y una erudición que el pichón de Magnetto cambió por dinero y nada más.

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